20.11.09

micropaisaje...




Leonardo Fibonacci había decidido tomar los números empezando por el uno; sumando cada número al precedente, produjo una cadena numérica de interesantes propiedades. Es decir, uno más cero da uno; uno más uno, dos; dos más uno, tres; tres más dos, cinco; cinco más tres, ocho... y así sucesivamente.

Fibonacci, que había estudiado con los árabes, que creían que todos los números tenían propiedades mágicas, era una especie de místico. Descubrió que la fórmula que describía la relación entre cada uno de sus números —que era la mitad de la raíz cuadrada de cinco menos uno: ½( -1) — describía también la estructura de todas las cosas naturales que formaban una espiral.

Según el libro de Nim, los botánicos descubrieron pronto que todas las plantas cuyos pétalos o tallos eran espiralados, se conformaban según los números Fibonacci. Los biólogos sabían que la concha del nautilus y todas las formas espiraladas de la vida marina seguían ese modelo. Los astrónomos afirmaban que las relaciones de planetas en el sistema solar—incluida la forma de la Vía Láctea— eran descritas por los números Fibonacci. ... esta pequeña fórmula no había sido inventada por Fibonacci sino que un tipo llamado Pitágoras la había descubierto dos mil años antes. Los griegos la llamaban aurio sectio: la sección áurea.

Dicho en palabras sencillas, la sección áurea describe cualquier punto de una línea en que el radio de la parte menor respecto de la mayor, es igual al radio de la parte mayor respecto de toda la línea. Las civilizaciones antiguas utilizaban este radio en arquitectura, pintura y música. Platón y Aristóteles consideraban que era la relación perfecta para determinar si algo es estéticamente Sello. Pero para Pitágoras significaba mucho más.

Pitágoras era un tipo cuya devoción al misticismo hacía aparecer como un patzer hasta al propio Fibonacci. Los griegos lo llamaban Pitágoras de Samos porque había llegado a Crotona desde la isla de Samos, huyendo de conflictos políticos. Pero había nacido en Tiro, una ciudad de la antigua Fenicia—ese país que ahora llamamos Líbano—, y había viajado mucho, vivió veintiún años en Egipto y otros doce en Mesopotamia y llegó a Crotona con cincuenta años más que cumplidos. Allí fundó una sociedad mística, disfrazada apenas de escuela, donde sus estudiantes aprendían los secretos que él había desvelado en sus vagabundeos. Estos secretos se centraban en dos cosas: las matemáticas y la música.

Fue Pitágoras quien descubrió que la base de la escala musical occidental es la octava, porque una cuerda dividida por la mitad daría el mismo sonido exactamente ocho tonos más alto que una cuerda del doble de largo. La frecuencia de vibración de una cuerda es inversamente proporcional a su longitud. Uno de sus secretos era que un quinto musical (cinco notas diatónicas, o la sección áurea de una octava) debía regresar a la nota original ocho octavas más alta cuando se la repetía doce veces en una secuencia ascendente. Pero cuando lo probó, había una diferencia de un octavo de nota... de modo que la escala ascendente también era una espiral.Pero el mayor de los secretos era la teoría pitagórica de que el universo está formado por números y que cada uno de esos números tienepropiedades divinas. Estas proporciones mágicas de los números aparecían por todas partes en la naturaleza, incluyendo —según Pitágoras—los sonidos emitidos por los planetas en vibración mientras se trasladaban por el vacío negro. «Hay geometría en el canturreo de las cuerdas—dijo—. Hay música en el espacio que separa las esferas.»

Katherine Neville.- El ocho.
Ediciones B. Barcelona. 1990.


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